Reich y la Potencia Orgástica
- Luis Blanco
- 6 abr
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El descubrimiento clínico de las corrientes vegetativas marca un punto de inflexión en la obra de Wilhelm Reich. Cuando la rigidez de la coraza muscular se disuelve, cuando los anillos de tensión crónica comienzan a suavizarse, el cuerpo despierta. Y lo que pulsa desde dentro no es solo sensación: es vida en flujo. Son corrientes dulces, vibrantes, difusas, que recorren el organismo como un río interno de placer y disolución. Reich llamó a estas sensaciones corrientes plasmáticas, protoplasmáticas, vegetativas u orgonóticas: percepciones íntimas del propio campo vital.

Para Reich, estas corrientes no son meros efectos secundarios de una liberación muscular; revelan la base viva y pulsátil de la existencia. El cuerpo vivo, incluso en su expresión unicelular, ya está dotado de motilidad, de una sabiduría vegetativa que antecede al control cerebral. La pulsación - contracción y expansión - es anterior a la mente, anterior a la voluntad. Es el organismo mismo en su sabiduría primaria, rítmica, cósmica.
En la clínica, Reich observó que esta motilidad vital estaba adormecida. No solo bloqueada, sino amortiguada por la cultura, la moral y la estructura social autoritaria. La represión de los impulsos espontáneos - la respiración libre, el placer corporal, la curiosidad orgánica - construye una coraza: una estructura crónica de tensión que se fija en el cuerpo y moldea la personalidad. En lugar de la entrega viva a la pulsación, emergen comportamientos controlados, miedo, perversión y sumisión. La personalidad se divide: una capa superficial adaptada y normativa, una capa secundaria cargada de angustia y agresividad reprimida, y en el fondo, el núcleo vivo - la capa de espontaneidad, erotismo puro y potencia.
Es en este núcleo donde reside lo que Reich llamó potencia orgástica. Pero no se trata aquí del orgasmo como clímax genital o de una función sexual aislada. La potencia orgástica, para Reich, es la capacidad de un organismo de entregarse completamente a su pulsación vital, sin defensas, sin contención, sin retracción. Es una capacidad de disolución del yo rígido, una entrega a la vida como flujo. El "yo" aquí no se elimina, sino que se deshace en su rigidez, en su forma defensiva y separada. La identidad se vuelve pulsante, permeable, conectada con todo lo vivo.
Esta entrega no es solo sexual. Es estética, espiritual, somática. Es el éxtasis silencioso de un cuerpo que vuelve a confiar en sí mismo, que reencuentra su ritmo interno, su respiración amplia, su vibración. Es la alegría sin objeto, el placer del ser-en-sí. Es la experiencia de estar en casa en el propio cuerpo, de sentir la vida atravesándolo sin resistencia. Es el cuerpo que siente - y no el ego que controla - lo que se convierte en centro de percepción y mundo.
Reich vio en la pérdida de esta potencia una clave para comprender no solo la neurosis individual, sino la estructura autoritaria de la sociedad. El miedo al placer, el miedo a la entrega, el miedo a la disolución del yo son los cimientos inconscientes de sistemas que domestican el deseo y fabrican subjetividades sumisas. La coraza es, al mismo tiempo, biológica y política.
Recuperar la potencia orgástica es, por tanto, un acto radical. No es regresión, sino creación. Es abrirse nuevamente a lo que pulsa, a lo que fluye, a lo que vive sin ser reducido a utilidad, rendimiento u obediencia. Es resistir, con el cuerpo vivo, al adormecimiento de las fuerzas primarias del ser.
Reich nos invita, finalmente, no a regresar a un paraíso perdido, sino a reabrir el cuerpo al presente vivo. A confiar en el flujo. A disolver el yo que defiende y controla para renacer en el placer de la propia pulsación.
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