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Gramáticas del Erotismo: Zen y el toque que no toca

  • Foto del escritor: Luis Blanco
    Luis Blanco
  • 28 mar
  • 1 Min. de lectura

Actualizado: 31 mar

Erotismo como silencio entre dos presencias


En el Japón del silencio y el vacío,el erotismo no se grita — se susurra.

No se exhibe — se insinúa.


Allí, el cuerpo no necesita desnudarse para ser deseo.

Basta una mirada que se prolonga.

Una respiración que suspende el tiempo.

Un dedo que casi toca, y por eso mismo alcanza más profundo.




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La estética wabi-sabi —que encuentra belleza en lo imperfecto, en lo incompleto—es también una erótica.

La impermanencia, la lentitud, la sombra que roza el tatami —

todo es erotismo cuando el gesto es presencia.


En los antiguos shunga —grabados eróticos del periodo Edo—

hay cuerpos entrelazados en silencio,

pero nunca pornográficos.

Son cuerpos que se ofrecen a la contemplación,

no al espectáculo.

Cuerpos hechos de tiempo,

de tejidos, de pliegues, de ojos cerrados.


En el zen, menos es más.

Y en el amor, lo menos es vastedad.

La erótica zen no busca el clímax.

Busca sintonía.

Busca la vibración entre dos seres que no se invaden,

sino que se acogen como quien escucha el sonido de una flauta lejana.


El placer está en el espacio entre dos movimientos,

en el tiempo que no se apresura,

en el no-hacer que permite que algo ocurra.


Es posible hacer el amor con la presencia.

Con la delicadeza.

Con el vacío compartido.

Y cuando llega el toque,

no es el comienzo de la excitación —

es el fin de la separación.

 
 
 

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