Gramáticas del Erotismo: Clarice Lispector – El deseo como temblor del ser
- Luis Blanco
- 27 mar
- 1 Min. de lectura
Erotismo como lenguaje de lo indecible
Clarice no describe el erotismo.
Lo besa con palabras.
Y luego calla.
Porque el deseo, para ella, no es lo que se nombra —
es lo que tiembla por dentro antes de tomar forma.

Hay en su escritura un erotismo del instante que se escapa.
De la mirada suspendida.
Del gesto contenido.
Del pensamiento que se disuelve antes de volverse idea.
Clarice escribe como quien toca sin tocar.
Como quien roza la piel del mundo y escucha el escalofrío.
Su erotismo no está hecho de curvas ni de relatos —
está hecho de grietas,
donde lo real se deja ver por un segundo,
y luego se esconde de nuevo.
"Libertad es poco. Lo que yo quiero todavía no tiene nombre."
El cuerpo, en Clarice, no es escenario para el deseo —
es el enigma mismo.
Es en él donde late la ausencia, el vacío fértil,
el silencio cargado de promesas que quizá nunca se cumplan.
Ella no busca la posesión, el clímax, la resolución.
Busca la vibración entre el sí y el no.
Entre el tacto y el miedo.
Entre el yo y aquello que me deshace.
Erotismo, para Clarice, es el sobresalto de estar viva.
Es el estremecimiento del alma al reconocerse en el otro
sin saber cómo.
Es el no-saber que late más fuerte que cualquier certeza.
No hay explicación — hay vértigo.
No hay técnica — hay presencia.
No hay mapa — hay caída.
Y quizá, en el fondo,
todo erotismo sea esto:
un tropiezo sagrado en mitad del camino del lenguaje.




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